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Euskonews. 744 Zenbakia 2019-11-20 / 2019-12-18
Todas ellas tienen en común el ser prisiones centrales o de cumplimiento de pena, diferenciadas de las prisiones provinciales existentes en todas las capitales de provincia y de las prisiones habilitadas, figura esta última recurrentemente utilizada durante la guerra para recluir a hombres y mujeres republicanos, que ya no caben en las prisiones oficiales.
Las mujeres son enviadas a las cárceles del norte, después de haber pasado por otras de la península de las que integran el «circuito carcelario», creado por el Régimen para encerrar a todas las «individuas» calificadas de «peligrosas», en el correspondiente consejo de guerra y condenadas a cadena perpetua o a penas desde veinte hasta seis años.
En esta cárcel entran mujeres comunistas: las más famosas e históricas son Tomasa Cuevas, Julia Manzanal o Trinidad Gallego, todas ellas madrileñas, pero también encontramos a Crescencia Uribe, hermana del dirigente comunista y ministro de Agricultura del gobierno republicano Vicente Uribe, exiliado en México y que, ya en los años cincuenta, pugnaría en vano contra Santiago Carrillo por el control del PCE.
El resto son mujeres anónimas, campesinas, costureras, lavanderas, enfermeras y maestras republicanas y estas últimas serán las encargadas de alfabetizar a sus compañeras dentro del programa de «redención» que se establece para reducir condena por día de trabajo, como es el caso de la maestra Marina, la madre encarcelada de la entonces niña Marina García.
El sistema carcelario franquista pone especial énfasis en la moralidad y la reeducación en prisión, con arreglo al modelo de mujer defendido por el Régimen y para ello, confiará este alto cometido a las hermanas de San José, con Simona Azpiroz, la madre superiora de las hermanitas, al frente. Durante un periodo, se cree que esta cárcel también estuvo regentada por monjas Oblatas. Las monjas forman parte de la Junta de Disciplina y de ella dependen los castigos, como el de la censura de las cartas o el aislamiento en celda, así como las propuestas de libertad condicional de las presas a su cargo.
Aun así, el mayor de los castigos de estas mujeres no es el hambre, (que en Amorebieta es un enemigo más terrible que en otros lugares, si cabe), ni la falta de higiene (no se construyen duchas hasta agosto de 1943, ni tampoco existe un proyecto para construir cámaras de despiojamiento de las ropas cuando estas cámaras ya existen en casi todas las cárceles y Saturraran dispone, al menos, de un proyecto de obra). Tampoco la falta de asistencia médica es lo peor (el médico sólo certifica las defunciones). El mayor de los castigos es la muerte de los niños y la separación de estos de los brazos de sus madres para darlos en adopción, a partir de que cumplen los tres años, tal y como dispone el reglamento de prisiones, común a todas las prisiones femeninas.
El testimonio de Trinidad Gallego, una de las presas de esta cárcel, madrileña y matrona de profesión dice: «En Amorebieta las madres solo ven a sus niños un ratito al día (...) Los oyen llorar, pero las monjas no las dejar ir. Y si los niños están enfermos, tampoco. Y la que pare va cinco minutos a darle el pecho, pero nada más».
Los niños solo adquieren identidad si están muertos y sólo al ser registrados en el Juzgado de Paz, si no, dentro de la cárcel ni existen. Sus nombres no figuran en el oficio que la madre superiora firma para permitir la salida del cadáver del edificio ni tampoco en la solicitud al ayuntamiento de Amorebieta para un enterramiento de beneficencia.
Las reclusas de esta prisión, ni siquiera pueden salir al huerto a tomar el aire. Pasan el día entre cuatro paredes con sus rezos, sus cánticos y el trabajo en los talleres de costura, que llegan a ser muy importantes por la gran cantidad de uniformes que confeccionan para el ejército vencedor.
Alguna de las presas, como Tomasa Cuevas, cuando sale de Amorebieta y es conducida de nuevo a Ventas, llama a esta cárcel «El cementerio de las vivas».
Tras 8 años de funcionamiento, 48 fallecimientos y más de 1.200 mujeres excarceladas, la prisión se clausura en 1947, junto a la de Alcalá de Henares y el Reformatorio Especial de Mujeres de Santa María del Puig de Valencia y el edificio es devuelto a los Carmelitas Descalzos de San Joaquín de Navarra.
La de Amorebieta ha sobrevivido a la de Saturraran, clausurada el 19 de mayo de 1944, dando fin a un periodo duro y tenebroso.
Ascensión Badiola Ariztimuño, doctora en Historia Contemporánea y escritora, ha publicado el relato de esta prisión en un libro titulado Individuas Peligrosas. La prisión Central de mujeres de Amorebieta 1939-1947, editado por Txertoa (2019) (200 páginas).