El corazón de la pareja acrílica

 Rob Mulholland es un escultor escocés que a partir de un material similar al cristal acrílico hace esculturas que sitúa en lugares estratégicos.


Polimeron Y Acrionita nacieron en un mundo poco habitable, un paisaje inhóspito de suelos contaminados, cielos quebradizos, tierras secas por la falta de agua y montañas desoladas. Hacía tiempo que los océanos se habían secado y sus suelos marinos se abismaban en quebradas puntiagudas, simas sin final conocido y praderas infinitas en las que las poseidonias hacía mucho que se habían calcinado. Crecieron al albor de un sol penetrante y peligroso, sin sombras con las que protegerse. Habían oído hablar de los árboles y los bosques a sus antepasados, los habían visto, incluso, en pinturas antiguas sobre la edad afortunada del planeta.
Polimeron y Acrionita dirigían varios equipos científicos, cuyo fin primordial consistía en recuperar ecosistemas desaparecidos. Tras decenas de años de experimentos sin resultado alguno hacía no más de veinte años que acababan de conseguir sacar adelante un bosque en semilleros artificiales. Bosques enanos en los que crecían las hayas, los robles, los cedros del Atlas, las coníferas, los baobabs, las sequoias. Diferentes climas para diferentes tipos de bosque, un primer paso para recuperar después la vida de las aves, la de los insectos y la de cientos de especies desaparecidas de la tierra en la época del gran cataclismo. Después de hacerlos crecer en laboratorio decidieron replantarlos en el espacio exterior y hoy era el día de acudir a ver qué había sucedido.
Se vistieron con su traje transparente para inmiscuirse en los secretos de los árboles sin que ellos advirtieran su presencia. Acrionita paseó admirada por entre los ramajes, pisando con sumo cuidado las hojarascas caídas de las especies de hoja caduca. Contempló con asombro la forma de llorar de las especies más desarrolladas, a través de la resina del tronco, de la savia de la vida que corría por sus venas vegetales.
Polimerón aspiró por primera vez el olor de la lluvia, totalmente desconocido para él y aquel perfume verde se quedó impregnado de su nariz transparente, igual que la belleza prendida en sus ojos invisibles.
Ni el bosque se percató de su presencia ni ellos hicieron por demostrarla. Caminaron despacio, en silencio absoluto como muestra del profundo respeto por la frescura y la protección que aquellos gigantes proporcionaban con su arquitectura vegetal que casi tocaba el cielo calcinado, tras tanto sol sin el alivio de las nubes.
Entre las cúpulas de los árboles Acrionita advirtió una pequeña formación blanca sobre el fondo azul del cielo, un atisbo de vapor, un embrión de lluvia y mediante señas se lo mostró a Polimerón.
Escucharon el sonido del viento entre las hojas y cuando se disponían a salir del bosque, el milagro sucedió.
Un alboroto de pájaros , mágico y cantarín surgió de la nada y la pareja de humanos acrílicos lloró por primera vez con lágrimas de agua, como sus antepasados.
           (Minicuento de Ascension Badiola, basado en la imagen de las estatuas de  Rob Mulholland)

La mirada de los peces (minirelato)






Tengo predilección por los sitios lujosos y, en especial, por los lugares con un encanto especial. Parece que este restaurante de Maldivas, el Hilton submarino, responde a mis espectativas.
Imagino una cena romántica rodeada de tiburones, lubinas, peces espada y otras muchas especies, cuyo nombre desconozco. Imagino cenar pescado para que los peces que miran desde fuera sean capaces de disfrutar intensamente de su buen destino. La libertad es la felicidad del ser humano y supongo que, en este caso, también la del pez. Imagino también que fuese al revés y que fuesen los peces los que estuviesen dentro y que fuésemos nosotros, los que revestidos de neopreno, estuviésemos fuera disfrutando de nuestra libertad, mientras alguien se hubiese convertido en una masa de placton cuyo único fin consistiera en alimentar a esos  animales vertebrados acuáticos, ectotérmicos, la mayoría de ellos recubiertos por escamas, y dotados de aletas, que permiten su desplazamiento en los medios acuáticos, y branquias, con las que captan el oxígeno disuelto en el agua.
 Les miro las branquias; observo el oxígeno disuelto en el agua; me ahogo; no puedo soportar la presión. Me miran con sus ojos acuosos y me siento tan observada que me pongo en pie, los latidos de mi corazón golpean frenéticamente, el espanto se apodera de mis movimientos y empiezo a golpear el cristal para que no me miren, para que los peces no quieran ser como yo y, mientras golpeo y alguien me sujeta para que no siga haciéndolo, el cristal se rompe en mil pedazos, el agua se apodera repentínamente del espacio, del aire que respiro. Los peces me hacen cosquillas y la explosión me devuelve al otro lado de mi ordenador desde el que escribo esta miniparanoia inspirada en una imagen de uno de los restaurantes más bellos del mundo. ¡Absurda imaginación! ¡Siempre se apodera de mí y no me deja ni disfrutar!
(Minicuento de Ascension Badiola)
http://luxumconcepts.blogspot.com.es/2010/11/restaurante-submarino-ithaa-maldivas.html