Escritoras interesantes: Noviolet Nulawayo y Taiye Selasi




Últimamente, las escritoras africanas nos están dejando un espléndido panorama de novelas en las que relatan su experiencia desde un punto de vista femenino. 

Hace algún tiempo, leí a Taiye Selasi y su novela Lejos de Ghana, editada por Salamandra, novela a la que reconozco haber accedido por la enorme publicidad y bombo que tuvo en el momento de su debut y no por el boca a oreja, que como dicen, es la mejor campaña publicitaria que existe. 

No suelo ser fan de las listas de libros más vendidos, ni compro por norma las novelas publicadas por escritores mediáticos, ni tampoco me dejo llevar por la oleada salvaje de marketing que envuelve cualquier tipo de consumo. Sin embargo, algo de lo que leí sobre Taiye Selasi llamó mi atención y por eso le di una oportunidad en mi lista de lecturas. 

Me dejé llevar por la historia que contaba, un relato en el que el protagonista, un reputado cirujano, tiene que marcharse de Ghana. Este cirujano, Kwaku Sai, emigrará a América y años más tarde regresará a su país de origen. 

La novela comienza con su muerte y este hecho inesperado reúne a todos los que han formado parte de su existencia. Sesalie irá desgranando fragmentádamente la historia del protagonista, la de su familia, muy en particular, la de los bellos mellizos Kehinde y Taiwo e irá revelando el dolor, y el rastro que el protagonista ha ido dejando a lo largo de su vida.

La novela se construye sobre una reiteración de la misma idea y gira en torno a ella, una y otra vez, reescribiéndola y haciendo hincapié en la belleza de los paisajes y en la belleza de los mellizos, mientras se desarrolla el porqué de la infelicidad de sus personajes, las experiencias brutales, la búsqueda, la incapacidad de amar y la sensación de pérdida.

Algunos críticos (El Cultural) han destacado la falta de profundización en la tragedia de África y acusan a la novela de comercial y de querer agradar al lector. A mí me parece que para profundizar y obtener información sobre dichos aspectos hay otro tipo de lecturas. La novela en sí debe perseguir otra finalidad, la de entretener sin amargar a quien lee antes de dormir o tumbado en el sofá el fin de semana. Yo la leí de principio a final con mucho interés y me gustó. Me gustó mucho por lo que aporta de novedad, por la fluidez de su narrativa, porque es muy amena y por sus deliciosas y relajantes descripciones. Un ejemplo:

«Desde el pueblo habían enfilado la carretera, entonces sin asfaltar, hasta el cruce, donde habían empezado a remontar la seca y desierta colina en dirección a Kokrobité. Al otro lado del promontorio los esperaba la costa, oculta tras las lomas de hierba alta que bordeaban el lado izquierdo de la carretera. Y de pronto, sin previo aviso, un claro: la hierba se inclinaba, sumisa, ante la arena, el mar, el cielo, infinitos. La espectacular revelación. Algo que había estado siempre allí, menos sorprendente que desconcertante en su inmensidad, en cómo cambiaba las cosas. El aire».

Otro tanto me ha ocurrido con Noviolet Nulawayo y su novela Necesitamos nombres nuevos, también editada por Salamandra y galardonada con varios premios.

Una voz nueva, la de Nulawayo, que relata la historia de Darling, la protagonista, una niña de diez años que juega y hace travesuras entre las chabolas de Zimbawe hasta que llegan los paramilitares y lo destruyen todo, lo que obligará a la niña a exiliarse a América en casa de su tía, donde deberá adaptarse a un mundo muy distinto. 

La novela transita desde antes de la independencia, cuando negros y blancos se disputaban el país hasta después de ésta, una vez que los negros recuperan Zimbawe y continúa en el después, cuando todo empieza a derrumbarse. (Y remarco «negros y blancos» en un mundo absurdo, en el que nos han hecho hablar más «políticamente correcto», sin llamar a las cosas por su nombre y hay quien prefiere decir  ¿marrones y rosas?).

La novela en sí no es un tratado de historia de Zimbawe, ni falta que hace. Es una novela correcta, una historia muy de hoy y se lee con agrado. 

Las dos escritoras son de origen africano, pero que mientras Taiye Selasi nació en Londres y se graduó en Yale, Noviolet Nulawayo nació en Zimbawe y vive en Estados Unidos. 

La primera escritora debutó con Lejos de Ghana en 2013, y a día de hoy, no ha escrito más novelas (que yo sepa), pero fue seleccionada por Granta entre las 20 jóvenes promesas literarias británicas.

La segunda también ha debutado en novela con We Need New Names, publicada por Salamandra en español en 2018 con el título traducido de Necesitamos nombres nuevos, pero ya hay recibido varios premios por esta novela. 

Veremos lo que nos depara el futuro literario de estas dos mujeres. Esperaremos a la segunda novela.

Pateando el diccionario con la palabra "Mítico"



¿Quién no ha oído a la gente de treintaytantos para abajo decir "la mítica cena", "el mítico vestido", "el mítico móvil"?....

Pues bien, está mal usado. Alguien pone de moda un modo de hablar (Influencers y otros personajes...) y corre como la espuma. ¿Lo veremos aceptado por la RAE?

¿Cómo deberíamos usarlo? y ¿Por qué esta mal?

El adjetivo  "mítico" tiene su origen en la palabra latina "mythicus" y es una palabra derivada de "mito" en latín "mythos".

Ejemplos de uso correcto de la palabra "mítico" serían:

Se trata de un libro de relatos míticos
El mundo mítico de los sueños
El mítico héroe (haciendo referencia a un héroe legendario y conocido)
El mítico café al que acudía Victor Hugo ( café muy famoso y antiguo, casi un mito).
El mítico vestido de Maria Antonieta (haciendo referencia al atuendo que llevó cuando cortaron la cabeza en la guillotina a la reina de Francia)

Es decir, cualquier cosa no es mítica.

Los sinónimos de esta palabra son: legendario, famoso (por haber pasado a la leyenda o al mito),  fabuloso, mitológico.

De este modo, quienes utilizan incorrectamente "lo mítico", lo que en realidad quieren decir es: "lo típico", que sería el término adecuado.


Así que, acordaos. Hay que decir: "La típica cena", "el típico vestido", "el típico móvil"...

Escritoras interesantes: Aminatta Forna





Otro gran descubrimiento ha sido la forma de escribir de Aminatta Forna, nacida en Glasgow en 1964, aunque hija de un africano de Sierra Leona y de una escocesa. 

Esta escritora fue designada por la revista Vanity Fair, como una de las escritoras africanas más prometedoras. Aminatta ha vivido entre Reino Unido y Sierra Leona, y a la edad de 10 años recibió un golpe irreversible en este país africano en el que su padre, médico de profesión, desapareció un buen día en que se lo llevaron de casa sin que se supiese más de él. Esta terrible experiencia fue volcada en la primera novela de la escritora: The Devil that Danced on the Water (2002), obra que gira en torno a la necesidad de saber qué le ocurrió a su padre. Aminatta regresó a África y allí descubrió que había sido torturado y asesinado por el régimen.
 
En 2006, escribió El jardín de las mujeres cuyas protagonistas son cuatro mujeres que hablan, como una sola voz, de la guerra, de la espiritualidad y de la vida en una aldea africana donde las mujeres explican su experiencia y conversan, componiendo un bello relato lleno de párrafos memorables.

Su tercera novela no salió a la luz hasta varios años después, Donde crecen las flores silvestres (2013), traducida y editada por Alfaguara. En ella, la escritora  viaja literariamente y centra su relato en el conflicto de la extinguida Yugoslavia, al situar como protagonista de la misma a Duro, un hombre solitario que vive en la localidad croata de Ghost, un pequeño y bonito pueblo que ha vivido inmerso en el horror de la guerra, en el de las masacres, y en la tragedia de los desaparecidos, cuyos familiares conviven con los verdugos en las mismas calles y plazas. Hace tiempo que no leía tan a gusto una novela, lectura que acabo de terminar

Uno de los personajes de El jardín de las mujeres aparece en su siguiente novela La memoria del amor, en la que tres hombres cuentan sus historias de dolor, tras la guerra de Sierra Leona, un conflicto civil en el que los niños-soldado fueron obligados a cometer crueldades sin nombre. El final de la guerra provocó el mismo silencio terrible que se produce tras cualquier guerra, con el fin de intentar olvidar y Aminatta refleja esta realidad una vez más.

No olviden el nombre: Aminatta Forna. No les pesará.