Una silla frente a la primavera


 Lucio se sentó en la silla del jardín, frente al paisaje para relajarse con su hermosura. 
Llevaba un periódico entre las manos que dejó a un lado para contemplar la luz filtrada de la primavera y los colores intensos de las flores. 
La brisa traía aromas de azahar y el cielo dibujaba una raya blanca rasgando el azul. 
Lucio nunca pensó que la placidez del campo dejaría de envolver la magia de árboles y pájaros que calmaron sus sentidos. 
Todo empezó con un leve hormigueo en los pies, un escalofrío por la espalda y una gota de sudor resbalando lentamente por su frente, al ver que abejas y avispas abandonaban su promiscuidad para dirigirse hacia donde él estaba. 
El tiempo aquí no existe, se dijo observado por un círculo de buitres que se posicionó en el azul distante, sobrevolando su cabeza. 
Enfrente de su silla, todo estaba pendiente de él, como si el placentero espacio hubiese extendido la red para aprisionarlo. 
La brisa se volvió viento y las hormigas variaron de dirección, enfilando sus tres pares de patas hacia el observador, que todavía confiaba.
Ascension Badiola




Atardecer en Senegal 2011


No pude apartar la mirada del movimiento ondulante, que parecía avanzar hacia el fuego con el ímpetu del adolescente que descubre al final del camino lo que desea; de la cara ardiente, de la superficie líquida, de la sal pegada al corazón tenso de recuerdos, de los ojos que guardan rostros de sirenas añosas y bergantines forrados de líquenes. No supe comprender cómo debajo de aquella belleza, el mundo oscuro impulsaba legiones de seres aterradores desplazándose en las corrientes frías, rebuscando en las simas un canto de burbujas. Arriba brisa marina, abajo, silencio líquido meciendo algas y misterio. No pude dejar de pensar en aquel gran secreto hasta que la masa tenebrosa absorbió la luz y quedó un sólido rumor de olas esperando el nuevo día.